lunes, noviembre 11, 2013

Sobre el cambio de cultura

Sobre el cambio de cultura

Ioannen Pérez Castillo

Lenkersdof habla de su opción por la cultura tojolabal, de su proceso de “conversión” en el que asume la cultura con la que más se identifica, la que más se acerca a su visión del universo. Pero ¿qué son las culturas?, para el autor las culturas son constructos de los grupos humanos que van heredando de generación en generación. Se basa en el origen campesino de la palabra para describir la relación que tienen con el ser humano.

El fondo queda la pregunta, ¿Es posible renunciar a una cultura?, quizá dependerá de la cultura, de sus antecedentes y de la cantidad de generación que han estado afirmándola. Tomemos como ejemplo la cultura predominante, la cultura occidental. 

Es una cultura de relativamente poca data en esta ubicación geográfica. Además ha sufrido ciertos cambios en el último siglo, desde la conquista de América, pasando por la revolución industrial, hasta nuestros días, los cambios han sido significativitos.

Para las culturas predominantemente occidentales, u occidentalizadas como prefieren algunos, prima sobre todos los campos lo económico. En todas las relaciones con los demás y con la naturaleza predominan las relaciones mercantiles, nuestras sociedades están orientadas a la extracción de recursos naturales, elaboración y consumo de productos.

Ahora bien, ¿cómo llegamos a este punto en la cultura occidental? ¿Cómo surgió, cómo se fue gestando esta característica de la cultura occidental? Para responder a estas preguntas hay que echar una mirada al pasado no muy lejano, donde la influencia de Estados Unidos tuvo un papel fundamental para la asimilación de la cultura global.

La cultura de consumo no es algo que surgió de forma espontánea, fue propuesta por los principales economistas que postulaban el consumo como la cúspide, lo que debía ser deseable por todos.

La segunda guerra mundial fue el aliciente a la crisis económica de 1929 en Estados Unidos, y una vez terminada analistas de mercado del calibre de Víctor Lebow, proponía: "Nuestra economía, enormemente productiva, exige que hagamos del consumo nuestro estilo de vida, que convirtamos el comprar y utilizar bienes, en auténticos rituales, que busquemos nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción del ego, en el consumir, necesitamos que se consuman cosas, se quemen, se sustituyan, y se tiren, todo ello a un ritmo cada vez más rápido"[1]

Más tarde el consejo de asesores económicos del presidente Eisenhower enunció: "el propósito último de la economía americana debe ser el producir más bienes de consumo."
Vemos, pues, como las culturas, o al menos rasgos de ellas, pueden ser influenciadas por las corporaciones o los gobiernos, la sociedad no solo es cambiable, sino además, maleable, quizá estamos viviendo el resultado de una cultura, cultivada a conveniencia.

La cultura no nos determina, nos encarrila, pero siempre subyace la tarea de hacernos a nosotros mismo. Quizá la renuncia consciente a una cultura no es lo más “normal”, lo más común, pero es siempre una posibilidad, con la suficiente información y determinación es algo viable. La historia de la humanidad está empedrada de conversiones ideológicas y culturales, renuncias a cosmovisiones y formas de vida ya establecidas que han hecho evolucionar al pensamiento.  

No estoy del todo claro si es posible o no renunciar a una cultura, habría que invertir más tiempo al concepto de la cultura, pero pareciera que al menos si es posible cambiar algunos rasgos, quizá esa sea la ventana hacia la posibilidad de cambio real de cultura a voluntad.

1 comentario:

  1. Pienso que algo fundamental de la cultura, desde el punto de vista del individuo singular que forma parte de ella, y no necesariamente de la colectividad social, son las identificaciones; entiendo por identificaciones a rasgos particulares que uno adopta de un conjunto simbólico, como pueden ser el lenguaje, la religión, el sistema de valores, etc. O sea que de cierta forma (inconsciente si se quiere, ya que la mayor parte de las veces no nos damos cuenta de ello) elegimos entre un conjunto más o menos amplio de elemento simbólicos algunos que constituirán nuestra identidad personal y cultural (que son inseparables). No los elegimos todos ya que si así fuera seríamos todos idénticos, y cada uno de nosotros sería, por ejemplo, el arquetipo exacto de guatemalteco, de latinoamericano, de cristiano, etc.
    Sin embargo, Lenkersdorf considera el punto esencial de la cultura, no esos rasgos particulares, sino algo mucho más general; esto es la estructura del lenguaje; por ello su insistencia en los idiomas acusativos y ergativos (o como él prefiere llamarlos, intersubjetivos). Está claro que uno puede renunciar a rasgos muy particulares de una cultura, uno puede des-alienarse, separarse, por ejemplo de una confesión religiosa, de ciertas ideas sobre los roles de género o sobre el fútbol, por decir algo. Sin embargo, separarse de la forma completa de ver el mundo (que para el autor depende en su totalidad de la estructura lingüística en cuestión), me parece algo mucho más complejo.
    En este último sentido, dejar de lado una cultura no significaría únicamente ciertos cambios en el estilo de vida, que por lo demás uno realiza constantemente; sino un cambio total de lo que uno “es” (si es que puede utilizarse esta expresión), sería pasar a “ser” otra persona; lo cual creo mucho menos probable. Por ello creo que es plausible adoptar ciertos rasgos culturales ajenos, por ejemplo tojolabales, mas no convertirse en tojolabal (como plantea Lenkersdorf); mas esta posibilidad intermedia se pone en duda si consideramos la negativa del autor con respecto al mestizaje; ya que como se dijo, considera que las culturas dependen de las distintas estructuras del lenguaje, las cuales son incompatibles.

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