Gustavo Yela
Es admirable
como subsisten y persisten los pueblos originarios, como han resistido a los
intentos de anulación de su cultura y sus costumbres, como han sobrevivido a
una práctica inmisericorde de racismo y de discriminación permanente; ha sido
una resistencia en medio de la pobreza y de la exclusión decretada y
dictaminada para ellos por los entes administradores de la cosa pública.
Es un signo de
esperanza para Guatemala que las culturas originarias aguarden su turno paciente
y diligentemente para cuando las prácticas desgastadas de un sistema
caracterizado por el egoísmo ya no puedan mantenerse más, debido a las
profundas necesidades de las mayorías… entonces le corresponde asumir a esa
otra visión respetuosa del cosmos, de la naturaleza, del ser humano, que está
en religación con todo el entorno planetario y con esa visión de respeto
profundo que nos guíe y nos conduzca a una dimensión de coexistencia pacífica,
responsable, solidaria y de un desarrollo, otro tipo de desarrollo y de
crecimiento humano, de hospitalidad abierta para todos, de respeto incondicional a todo ser, entonces,
quedará superada la ética utilitarista y elitista que no está al servicio de
todos, sino al servicio de determinados grupos o individuos con exclusión de
otros.
Es esperanzador
que Guatemala sea heredera de una cultura milenaria con una cosmovisión
holística, porque si nos adentramos en nuestras raíces podremos dar respuesta a
la problemática ecológica, buscar alternativas de respeto a la vida y de
rehumanización de la humanidad y encaminarnos más que con la razón, con la
sabiduría del legado milenario.
Cambia la
perspectiva cuando ya no se ve la realidad desde la lógica del lucro, desde la
explotación al máximo de los recursos humanos y naturales, con el único
objetivo de obtener ganancias y dividendos; sino que se entra en la dimensión
de que todo tiene vida, tiene corazón y tiene espíritu y estas características
son compartidas entre todos los seres vivos del universo.
La visión
antropocéntrica que nos ha transmitido Occidente nos ha llevado a someter la
tierra, a prácticas extractivas contaminantes, al agotamiento de los recursos
naturales y a poner en crisis nuestra propia vida en el planeta.
Se hace cada vez
más urgente desaprender las prácticas egocentristas y utilitaristas para
aprender nuevas formas de convivir y de ser con los demás.
Ante la
inoperancia del sistema en que vivimos, marcado por la pobreza, la desigualdad
y la exclusión, se hace cada vez más necesario volver la vista a nuestras
raíces para desentrañar los criterios y conocimientos profundos de mujeres y
hombres sabios para encausar con respeto, responsabilidad y sensibilidad humana
la construcción de una sociedad consciente y con mayor identidad.
Nuestra
existencia puede cobrar mayor sentido desde el plano de hermano-hermano, porque
ya no se trata de salir con éxito en la
carrera materialista del hacer dinero; la perspectiva maya abre la ventana a
otros valores, comenzando por la paz y el equilibrio personal; estaríamos pasando
del ser para uno mismo en ser para la comunidad; la tierra ya no sería el botín
que hay que explotar sino algo sagrado y además nosotros somos parte de la
tierra y ella es parte de nosotros.
Aprenderíamos a
darle importancia no sólo a la razón sino al sentimiento, al cuidado y a la
promoción de la vida en el cosmos.
Ya hace falta
que las palabras concuerden con los hechos, hace falta que lo humano se vea
como sagrado, que el Corazón del Cielo
se integre con el Corazón de la Tierra, que ya no sea tanto mi existencia sino
la coexistencia, que el sentir se armonice con el pensar y que vivamos una
nueva actitud de profundo respeto para los otros nosotros que conviven con
nosotros, las plantas, los animales, las aguas, las montañas y todo lo que
conforma la comunidad.
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