Omar Carrera
El pensar para los griegos, como hemos visto, es
la actividad del
entendimiento en general, en cuanto distinta de la sensibilidad, por un
lado, y a la actividad práctica por otro. Para los racionalistas y
empiristas es cualquier actividad mental consciente.1
La actividad pensante es característico del ser humano, de tal modo
que, lo diferencia, y por tanto, lo distingue de las demás creaturas
conocidas. Los mismos griegos y la teología cristiana afirmarán sin
ambages, que la posibilidad de que el hombre piense
lo asemeja a la divinidad.
El Logos griego, que se ha
traducido por razón o palabra pero que en su definición más originaria
significa la acción de reunir, de agrupar después de haber segado y
cosechado. Ello quería indicar que el hombre posee
la cualidad de reunir, en un todo, lo que vive, lo que experimenta, lo
que siente. En otras palabras es la capacidad de síntesis y de análisis
que posee el ser humano.
El acto de pensar no se contenta con el objeto en sí mismo, sino
que lo transciende. Implica no sólo conocer el objeto, sino que surge
la experiencia
del yo que conoce y del objeto conocido. Tal experiencia es dada
gracias “al existir mismo en el mundo”, es decir, la conciencia del yo
que se sitúa de un modo concreto, en una realidad circunvecina concreta.
El
pensar filosóficamente es precisamente esa actitud de pensar y repensar
las cosas, de intentar entenderlas, conocerlas y poseerlas. Pero no se
limita a ello,
sino que el pensar filosófico quiere incluso conocer porque las
cosas son inteligibles y como llegamos a esa inteligibilidad. La
filosofía nace de la capacidad de asombro que tiene el hombre ante lo
que se le da en lo cotidiano. Asombro, admiración
que suscita una un búsqueda a la sabiduría, un amor al saber. El
filosofar por tanto, no es un quehacer abstracto, etéreo; sino que surge
de la vida misma, de lo más concreto que tenemos, a saber: nuestra
existencia. Este hallazgo, este descubrimiento es el
pensar filosófico.
Ahora bien, este pensar
filosófico es posible en la medida que yo se abstraiga del mundo
sensible y entro a mi interior. Con palabras de Heidegger, esta vida en
espíritu se hace consciente cuando dejo mi yo cotidiano,
mi yo impropio, el uno general, y me retraigo sobre mi mismo para que
emerja el yo propio. Pero este abstraerse es para volver a las cosas,
que en un principio simplemente se dan. Se vuelve a ellas desde otra
actitud, para “poder escucharlas” y finalmente
poder decir lo que son.
El pensar filosófico dependerá por tanto del tiempo,
del contexto, del espacio y de las circunstancias que rodean al ser
humano. El hombre se preguntará
desde de su realidad concreta, desde el legado que ha heredado. Ante
esto, una de las actitudes que generan el pensar filosófico es la duda.
Cuando se empieza a dudar de lo que nos rodea, de lo que nos han
contado, de lo que se nos presenta como verdadero
y se buscan respuestas, en ese momento se está en el umbral del
filosofar. Sin embargo, se debe subrayar que todo pensamiento surge o
tiene su origen de la experiencia y sin ella no pudiese existir. Estamos
ante el fenómeno, ante lo que se da. Pero esta experiencia
carecería de sentido sin el pensamiento y la imaginación, sin la razón
del ser pensante. Y una vida carente de sentido, es una vida que se
asemeja a la muerte.
Ahora bien este sentido con
el cual el ser humano dota a la realidad es siempre perfectible. Existe
una dialéctica del pensamiento, de la interpretación en la que nunca lo
pensado puede llegar a asir, a comprender
la realidad misma. La realidad a su vez transciende a su interpretación
o la dotación de sentido. Estamos ante un sistema parecido al de Hegel,
de tesis, antítesis y síntesis. Pero esta síntesis siempre será
repensada convirtiéndose nuevamente en tesis.
Las actividades mentales
evidentemente son invisibles a los sentidos, y sólo pueden manifestarse a
través del lenguaje. Y el lenguaje a su vez es limitado a pesar de su
riqueza. Es por ello que la metáfora y analogía
es una forma de lenguaje que puede expresar mucho mejor aquello de lo
que no se puede decir con palabras, pues invita a la recreación de
imágenes, que a su vez muestran algo del significado pero al mismo
tiempo oculta una parte.
La mayoría de las culturas
originarias de América, responderán a sus duda y a su asombro a través
del lenguaje mítico. Este lenguaje mítico es rico en imágenes; pero será
el ser humano con el Logos que se nutrirá
con el mito. Ahora bien, de estos textos míticos, ¿es posible el
quehacer filosófico sin caer en forzar su contenido en categorías ajenas
a las que las originaron?