Opinión sobre:
Raíz y espíritu del conocimiento maya
La investigación Raíz y espíritu del conocimiento maya está plagada de contradicciones filosóficas, y en los resultados se percibe la ausencia de conceptos claros que orienten el entendimiento. Desde el planteamiento de la metodología, dispersa en medio del texto, apreciamos la ausencia de un enfoque fenomenológico, porque en lugar de ir a las cosas mismas, o como diría Heidegger “permitir ver lo que se muestra, tal como se muestra por sí mismo” (El ser y tiempo, pág 45), se parte de supuestos sin demostrar, aceptados a priori, sin justificación posible como cuando reza: “Se sabe que todos los seres traen consigo una misión innata desde su nacimiento. Con esta información, los estudiantes investigadores del proyecto dirigieron su atención a convalidar este dato con los sujetos comunitarios del conocimiento”. (Raíz y espíritu… pág 56). ¿Qué significa para los investigadores “misión”? ¿Está acaso referido a la idea de destino y predestinación, o se refiere a la vocación? Tal afirmación no se plantea como resultado científico sino como un punto de partida fundado en las creencias populares. ¿Y en base a qué se presume que dicha misión está ya deparada a todos los seres? Se quiere así dar por sentado antes de investigar, que en la cultura maya no existe el libre albedrío, el ejercicio de la voluntad? De entrada no se deja espacio para la apertura de posibilidades ni para asumir cada quien su circunstancia. ¿Y qué significa para los autores de la investigación “ser y seres”? El término se utiliza indistintamente para referirse al sujeto, como economía de “seres humanos”, pero también en lugar de ente, refiriéndose a las cosas reales y útiles (seres sentido), los seres vivos en general y las cosas inanimadas. Lo que queda patente es que la investigación se planteó más como una validación de argumentos preexistentes no demostrados, y no se buscó desvelar, sino justificar la argumentación sobre la espiritualidad maya desde la perspectiva y conveniencia de los guías espirituales, deseosos de cobrar relevancia en la comunidad y ser aceptados y requeridos sus servicios según dicta una supuesta “costumbre ancestral”.
En la metodología se afirma axiomáticamente, antes de tener los resultados a la vista, que “En la concepción maya, el ser es todo lo que hay en el universo, porque todo tiene vida y se complementan unos con otros. El agua, la piedra, el árbol tienen vida y son indispensables para la existencia del universo” (Raiz.. Pág 57), argumentación contradictoria y confusa. Se afirma categóricamente que el “ser” es “todo lo que hay en el universo”, luego le da a la existencia significado de materia o energía, pero luego se afirma que todo tiene “vida”, aunque no se aclara qué se entiende por “vida”, ¿será animación, perduración, tiempo, lo que anima y se suspende, o estará haciendo referencia al término biológico? Y luego se evoca la armonía en la naturaleza, la coexistencia y surge una extraña afirmación que confiere a las partes constitutivas, la función de base de la existencia del universo mismo, como de “ser viviente” expuesto a desaparecer, en una especie de auto canibalismo u hoyo negro.
Esta investigación plantea que el conocimiento no es propiedad de los sujetos, presencia tras racionalizar y experimentar el mundo, sino que los “seres humanos le pertenecemos a la sabiduría” (Pág. 82), pero para fundar tal aberración los investigadores no acuden a las plantas ni a las piedras, sino van directo a cuestionar a las personas, y aún cuando clamarán que el conocimiento (principalmente el de orden espiritual) no se labra sino llega como “revelación”, no acuden a la comunidad en general para entender qué saben, sino buscan el apoyo de los ancianos, quienes generalmente saben más que los jóvenes pero por experiencia.
Los resultados de la investigación en cuatro comunidades mayas: k`iche`, q´eqchi´, kaqchikel y mam, tienden a querer plantear que el universo es un dios poderoso y único que da a los seres humanos el conocimiento. Lo relevante para los autores se sucede con el despertar espiritual a las creencias y ritos, que conducen a la dominación y violentan a la sociedad al exigir obediencia. Ante el asombro por el universo no aprehensible, los guías espirituales se quieren postular como dueños de un poder acientífico, como para gobernar a la masa con instrumentos que se afianzan en la superstición, al estilo del horóscopo. Hasta se plantea la idea de “ciencia divina”. Pareciera que los guías espirituales mayas de hoy copian a los conquistadores religiosos europeos de antes en su afán de dominar y ganar autoridad.
Y al aproximarse muy ligeramente al origen del conocimiento cotidiano en los oficios, la agricultura, la curandería, las hierbas curativas, no se atribuye el conocimiento a la “revelación”, sino al común aprendizaje guiado, a maestros, abuelos, instructores y nuevamente guías espirituales. O bien a la práctica en la experiencia de la vida, o a la necesidad misma, que impulsa al hombre a recurrir a la imaginación y a la observación siguiendo el sistema de prueba y error. Resultados que no van más allá de lo que implica la observación común de lo que significa la vida nacional interétnica en la pobreza. El interesantísimo tema meta que plantea el título continua sin abordarse, a pesar del esfuerzo.
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