Lo que hace falta a la filosofía
y ¿la filosofía originaria de américa?
Allan Hernández
Empezaré diciendo de entrada que
lo que hace falta a la filosofía es lo mismo que tarde o temprano exhibe la
carencia de cualquier sistema simbólico por completo y cerrado que éste
parezca. Ya se trate de discursos científicos, político-ideológicos,
filosóficos, religiosos, etc., nunca alcanzan a decir todo y a decirlo del todo
bien, siempre sus falencias son expuestas al enfrentarse con elementos que han
dejado por fuera y que aunque un nuevo aparato de lenguaje intente posicionarse
del elemento en cuestión, este volverá a revelarse insuficiente en un momento
más o menos próximo.
Podemos pensar por ejemplo en
toda la teoría construida por Thomas Kuhn en “La estructura de las revoluciones científicas[1]”
donde los paradigmas (sistemas simbólicos) constituyentes de la “ciencia normal” se topan con anomalías
que los desdicen creando el círculo de la crisis científica, revolución
científica, ciencia extraordinaria, ciencia inmadura, ciencia normal y de
vuelta a la anomalía. El punto es que las anomalías se presentan a los
discursos, sean estos o no científicos haciéndolos tambalear.
Incluso la lógica(al menos la
teoría de los silogismos), que desde Aristóteles era considerada como un
círculo perfecto, sin solución de continuidad, por la intelectualidad oficial
occidental, empezó a resquebrajarse sobre sus propias construcciones a finales
del Siglo XIX y principios del Siglo XX. Como ejemplo podemos considerar a unos
de los lógicos más representativos de la modernidad tardía, Frege y Russell.
Primero Gottlob Frege había creado una clasificación de conjuntos donde los
había dividido (a “todos” ellos) en normales, que son aquellos que no se
incluyen a sí mismos, por ejemplo el conjunto de los espantapájaros; este contiene
espantapájaros y por no ser él mismo un espantapájaros, no está incluido en sí
mismo. Por otro lado tenemos los conjuntos singulares que sí se incluyen a sí
mismos, por ejemplo el conjunto de las ideas abstractas; el conjunto de las
ideas abstractas es en sí una idea abstracta;
por lo que es un elemento de sí. La paradoja descubierta por Russell consiste
en que “existe al menos un” (para utilizar el lenguaje de los cuantificadores
fregerianos) conjunto que no es ni normal ni singular, ni se incluye ni se deja
de incluir a sí mismo. Este es el conjunto de los conjuntos normales, si no se
incluye a sí mismo, es un conjunto normal, por lo que debe incluirse; mas al
incluirse (por el hecho mismo de incluirse) pasa a ser un conjunto singular,
por lo que debe dejar de incluirse, lo que lo convierte de vuelta en un
conjunto normal… Desde ahí hasta la mostración de las limitaciones de las
teorías axiomáticas por Gödel, a principios del siglo pasado y no decir toda la
teoría posmoderna muy cimentada en la teoría lingüística, la filosofía se ha
ocupado de agujerear sus bases supuestamente sólidas, a la vez que la fe
occidental en los sistemas simbólicos.
No obstante, más allá de la
lógica (que tampoco lo fue, mas lo aparentó), el resto de la filosofía nunca ha
logrado ser el sistema cerrado que ha pretendido; aunque muchos teóricos hayan
orientado sus esfuerzos en esa dirección. La historia de la filosofía muestra,
a mi parecer, más que cualquier otra, la
incapacidad de lo simbólico para significantizarlo todo; la cuasi-omnipresencia
de la anomalía. No sólo las grandes épocas de la historia de occidente muestran
importantes contradicciones entre ellas, sino que cada filósofo vuelve a
redefinir la filosofía con sus objetos de estudio, sus métodos de
investigación, etc.
Si bien la filosofía occidental
surgió, al menos como la conocemos hoy en día a través de sus interlocutores, como
una demostración de la carencia en el saber; mismo que buscaba mas no encontraba;
más allá del mitológico Sócrates, lo grandes teóricos y las grandes épocas se
han situado del lado de un saber que pretende enseñarnos “todo” sobre la vida,
desde el buen gobierno hasta el amor más perfecto, pasando por los modos de
obtener mayor felicidad y las formas correctas de hacer ciencia, por mencionar
algunos.
La filosofía, a pesar de ser ésta
uno de sus temas recurrentes, pareciera no soportar la nada, la carencia, la
imperfección de lo simbólico; y su búsqueda y acercamiento con la sabiduría la
ha llevado, al igual que a cualquier otro sistema simbólico aunque quizás de
una manera más acelerada, a un replanteamiento y reinvención constantes, que
más bien reflejan preguntas y respuestas siempre inacabadas correspondientes a
contextos que podríamos llamar históricos, culturales, epocales, etc… en fin,
simbólicos.
Entonces, cuando los nombrados
filósofos se plantean la cuestión de si el pensamiento de otras culturas es
filosófico; por ejemplo, si los “tlamatinis[2]”
(sabios) nahuas merecen o no el apelativo de filósofos por el hecho de brindar
recetas de vida, es decir de generarse más respuestas que preguntas, como por
ejemplo lo podemos ver en los “Huehuehtlahtolli[3]”;
deben darse cuenta que tampoco occidente se ha mantenido en el no-saber
socrático de una mayéutica que pareciera infinita. No pretendo dar una
respuesta a si el pensamiento originario de éste lado del mundo es o no
filosofía, empero tampoco sabría decir si gran parte de lo que oficialmente
hemos concebido como tal debe ostentar dicha nominación. Tampoco ese
pensamiento occidental mismo ha logrado definir qué de él es o no filosófico….
Mas lo que si hacemos los humanos es pensar; el significante filosofía, al
igual que el de ciencia parecieran, a veces, no ser más que portadores de
prestigio.
[1] Kuhn,
Thomas S. (1971) [1962]. La estructura de las revoluciones científicas. México
D.F.: Fondo de Cultura Económica.
[2]
Leon-Portilla, M. La Filosofía Nahualt, Estudiada en sus Fuentes. México D.F.
UNAM. 2006.
[3]
Leon-Portilla, M & L. Silva (Traductores). Huehuehtlahtolli. Testimonios de
la Antigua Palabra. México D.F. SEP, FCE. 1991.
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