Gustavo Yela
Permanentemente
estamos asistiendo a escenas dramáticas repletas de realidad; se vive buscando un crecimiento económico que
nada tiene que ver con la gente y la
sociedad. No existen fronteras para los capitales y el dinero, pero sí para las
personas que buscan mejorar sus condiciones humanas. Vivimos con una actitud cortoplacista, una visión de corto alcance, con intereses
particulares; y ante la complicidad del silencio y del anonimato en una
sociedad como la nuestra, que agoniza, nos dice Hugo Carrillo “…presenciar un
crimen en silencio es aceptarlo”. La
contundente y dramática realidad desigual habla por sí sola.
¿Por
qué cargar las tintas en la competitividad si lo que necesitamos es
complementariedad?
Se ha
hecho mucho énfasis en el “yo” y se desconoce el “nosotros”. Es realmente frustrante corroborar cuanta
violencia, insultos, desahogos y divisiones se manifiestan en un simple
encuentro futbolístico y no digamos en los conflictos de tránsito que se dan
diariamente en nuestras calles; cuánta necesidad tenemos en nuestra sociedad de
experimentar que somos hermanos unos de otros, porque todos provenimos del
mismo barro; debajo de nuestras pieles distintas, se esconde el mismo barro, al
final, el barro será lo único que quede, regresaremos a la Madre Tierra.
Vivimos
enfrentados por muchos ámbitos, pero especialmente por el sistema de
dominadores-dominados, cuando realmente tendríamos que estar hablando de
alianzas y de acuerdos en un sistema más humano, de reconocimiento del
otro. Y en un país en donde no se vive
la justicia y no hay oportunidades para todos, hasta Dios está ausente,
nosotros lo hemos desterrado, porque no se puede atender la llamada de un Dios
que defiende a los últimos y vivir acumulando riqueza.
Sin
embargo, la dignidad humana persiste en su lucha de darse a respetar, se oye la
voz del pueblo que clama buscando un mejor equilibrio, nos recuerda que ya no
se puede seguir viviendo como si nada pasara; que ya es tiempo de andar el
camino del encuentro con el otro, que es igual a mí; el otro que ha vivido
replegado y marginado, careciendo de los mínimos vitales de un ámbito humano.
Cuanto
pensar y sentir individualista tendríamos que desaprender de las prácticas
mercantilistas para reaprender la mística
del ser y del sentir comunitario de los pueblos originarios.
La
cosmovisión maya, aparte de la profunda sabiduría que proyecta para la vida,
guarda una energía y una dinámica social
todavía no desarrolladas en toda su potencialidad.
¿Porqué
no aprender a escuchar a los pueblos originarios y aceptar lo que nos puedan
enseñar? ¿Porqué a la mayor parte de ladinos no nos pasa por la mente aprender
un idioma maya? Los mayas ya aprendieron el castellano, o creemos que ¿sólo el
castellano puede enseñar? Y que ¿a los mayas, sólo les toca escuchar?
No
apreciamos lo maya porque no nos damos la oportunidad de conocerlo, el idioma
nos ayuda a conocernos y a reconocernos como hermanos.
Dentro
de la diversidad de valores mayas se encuentra por ejemplo el de la protección
de todo, que es como una fuerza que mantiene la relación solidaria entre las personas
de la comunidad y que se expresa cuando una persona es capaz de tomar el lugar
de otra en momentos difíciles.
En
cuanto al valor de “la plenitud” los mayas nos recuerdan que Guatemala necesita
alcanzar un gran equilibrio en las relaciones sociales, culturales, económicas
y políticas.
Los
mayas también nos recuerdan que la palabra verdadera es el fundamento de la
libertad e instrumento clave para la interrelación y para lograr una mayor
identidad.
Los
mayas nos enseñan sobre el valor de la gratitud como un vínculo de unidad y de
solidaridad que fortalece la humildad y la dignidad.
Esta
otra perspectiva valorativa nos ayuda a cambiar en los humanos el móvil de su
pensamiento y de su acción y cuando la
solidaridad está en el corazón del humano es cuando lo ordinario se transforma
en extraordinario; es cuando los pequeños gestos de solidaridad pueden lograr
el milagro de transformar a una sociedad para que sea más humana. Cuanta necesidad tenemos de la sabiduría de
las comunidades ancestrales y de los consejos de los ancianos para que amanezca
un nuevo sol, para que se despierte la buena conciencia, porque el poder y la
riqueza nos han deshumanizado, ya que no es posible que unos cuantos sean
felices mientras que los demás no lo son.
Valdría
la pena dejarnos acompañar de la sabiduría del pueblo maya y asistir así a una
cátedra de filosofía de la solidaridad.
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