Adolfo Méndez Vides
Los antiguos Tlamatinime náhuatl entendieron que la luz es el elemento que permite “darle rostro” a las cosas, aprehensión en sí de “lo que está sobre la tierra” o tlactícpac, según referencia de fray Bernardino de Sahagún en la Historia general de las cosas de Nueva España, citado por Miguel León-Portilla en La filosofía nahuatl. La vida estaba asociada con la luz y por correspondencia de nota con los colores, siendo el rojo intenso como la sangre o representación de vida, signo empleado para indicar el oriente, porque es donde nace el sol, que es fuente de luz que se repite cada mañana. A diferencia de la cultura occidental, donde el opuesto de la vida podría corresponder a la muerte, en la cultura náhuatl el rumbo contrario se simbolizó con el blanco, que no es un color sino la ausencia del mismo. Al Oriente está lo que es, y al Occidente el rastro de su ausencia. El color rojo es vida, y la ausencia de vida se representa sin color. La vida es movimiento, percibido en el bullicio de su intensidad, y la ausencia de movimiento, lo estático, es blanco. Luego, el Occidente fue concebido como la morada o casa del sol, el país de las mujeres, donde desaparece el sol por unas horas para abrigarse, como el hombre que retorna del trabajo en el campo o de la guerra. El Occidente se interpreta como el descanso o abrigo, es la pausa renovadora. El blanco es signo de pasividad, falta de actividad, ausencia. El descanso es blanco mientras la actividad se manifiesta roja (el amarillo queda implícito dentro del rojo, como una de las fases del fuego, o dato visible del sol que se contempla). No existe la oposición entre dichos rumbos, sino se ubican como dos extremos de una misma realidad.
El plano estudiado e interpretado por Eduard Seler sobre los cuatro rumbos, citado en la obra de León-Portilla, podría confundir al analista de Occidente ante las fáciles analogías o similitudes con el plano clásico de lugar, pero analizando el lenguaje del color y el pensamiento cosmogónico de rivalidad en los náhuatl, rivalidad que ocurre entre todos los elementos y los seres vivos, se puede intuir una visión diferente. Quizá el plano de los rumbos fue un recurso primario de lugar, por facilidad de representación y guía metafórica, pero si le añadimos al plano movimiento se sucede otra experiencia, la volumétrica en tres dimensiones. El eje horizontal es la vida pero no la muerte, porque ésta pertenece a la variable vertical, contra la cual está en pugna, como dos fuerzas en tensión permanente, siendo la vertical topan o mictlan (“el más allá, la región de los muertos”). Será por eso que al Norte se ubicó como signo de representación el negro, que no es un color sino la suma mezclada de todos los colores hasta que pierden su identidad, contaminados y convertidos en oscuridad profunda. En dicho rumbo se simboliza la región de los muertos, el frío y el desierto, lugar del pedernal. La significación nos orienta hacia la ausencia de vida, porque no hay calor, no hay movimiento, el frío adormece y encoge a los seres vivientes. Pero la muerte “es” un tránsito a lo desconocido, un acontecer real nunca experimentado por un mortal, y en su lado opuesto, al Sur, se ubica lo incierto, lo que no se conoce o todavía “no es”, representado por el azul del mar a los lejos, donde se une con el firmamento, y se conectan agua y cielo formando la esfera cósmica. El rumbo Sur tiene el signo de un conejo, porque “nadie sabe por donde salta”. La muerte, como un hecho que es, se balancea en el extremo opuesto de la incertidumbre, de lo que aún no es.
Al apreciar los dos ejes rotando sobre el punto central, el “ombligo” del plano, donde se equilibra la tensión y existe la armonía, podríamos decir que reside Ometéotl, el dios de la dualidad, sin posibilidad de opuestos ni contradicciones; tendremos la sensación de estar metidos en una esfera, apreciando el espacio tridimensional común en la experiencia de los mortales normalmente dotados, donde no hay recuadros planos sino sectores volumétricos infinitos que se alejan, en interacción y oposición permanente de fuerzas. En el gajo superior derecho se establece el campo vital de la sobrevivencia, la rivalidad permanente entre la vida y la muerte, porque los elementos se oponen, el viento o el agua apagan el fuego, el fuego quema la materia sobre la tierra, el agua es movida por el viento, el fuego evaporiza el agua… En una lucha constante, así como los seres vivos se comen unos a los otros, el jaguar al conejo, el conejo a la planta, los hombres triunfadores en la batalla a los vencidos, o se los sacrifica al sol.
En el gajo inferior derecho convive la oposición entre la vida y lo incierto, lo que da lugar a una especie de metafísica de los colores, donde las posibilidades son infinitas e impredecibles, según le toque su circunstancia a cada hombre o especie. Nada está trazado. Es allí en dónde radican los colores derivados de la mezcla de los primarios, como el verde, que es mencionado en otras versiones del plano de los rumbos, y que se entiende como la fertilidad, el surgimiento de la vida, o la naturaleza. La primera gran preocupación de los sabios náhuatl sería la sobrevivencia y, la segunda, la incertidumbre ante el devenir, como ausencia de destino predeterminado.
En el Noroeste podríamos abstraer el espacio de la nada, porque de alguna manera se representa la pasividad sin vida, o una especie de limbo habitado por las víctimas de los sacrificios humanos. Y en el gajo del Sudoeste estaría el espacio deparado al sueño, a la imaginación, creación y arte, porque es ensueño y total incertidumbre.
Lo asombroso del análisis fenomenológico de los colores en el plano de los rumbos náhuatl, es que nos expresa la tensión de fuerzas en movimiento infinito, donde los hombres son apenas jugadores en una especie de campo de la pelota. No hay nada escrito, sólo hay lucha y sobrevivencia en un mundo donde gobierna la guerra y lo imprevisible.
Interesante esfuerzo, pero no es fenomenológico... La fenomenología se ciñe estrictamente a la descripción y análisis de la vivencia directa o "experiencia vivida" (Gallo). Nada o poco sabe de analogías o simbologías, como no sean las que se dan directa, experiencialmente. Toda otra referencia (cultural, simbólica, etc.) queda metódicamente "desactivada" --ojo, no desechada, ni siquiera desacreditada: sólo se prescinde de ella para propósitos analíticos...
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