jueves, agosto 26, 2010

Los cinco soles

Leyenda de los Soles

Leyenda de los Soles. Ometecuhtli, dualidad generadora, se desdobló en cuatro fuerzas que serían sus cuatro hijos creadores y representantes de los cuatro elementos: tierra (representada por el tigre), aire, fuego y agua. Estas fuerzas establecieron una lucha tenaz por la supremacía de las eras, de los tiempos o soles, originando cataclismos y una evolución humana y vegetal.

* Primer Sol: Empieza en el año 1-Caña y termina en el 4-Tigre. Los habitantes fueron comidos por los Ocelotes y se convirtieron en peces. Duró 676 años.

** Segundo Sol: Acaba en el año 4-Viento. Los habitantes fueron destruídos por fuertes vientos y se convirtieron en aves. Duró 364 años.

*** Tercer Sol: Acaba en el año 4-Lluvia de Fuego. Hay inundaciones y lluvia de fuego. Los habitantes murieron quemados y se convirtieron en monos.

**** Cuarto Sol: Termina en el año 4-Agua. Hubieron lluvias torrenciales e inundaciones. Los habitantes se convirtieron en macehuales. Duró 676 años.

***** Quinto Sol: En él ya hay un equilibrio cósmico, gracias a que no predomina una sóla fuerza. Esta era o Sol. pudiera ser destruída por terremotos, pues ese es su nombre. Acabará en un año 4-Movimiento (Nahui-Ollin), pero no sabemos cuánto durará, porque aún vivimos en ella.

En resumen: Fue creada la primera era o sol y fue destruída por un cataclismo y sobrevino el caos. Así sucede cuatro veces hasta que una quinta fuerza, simbolizada por el movimiento y representada por Quetzalcóatl, logró la supremacía y la estabilidad cósmica, pudiendo crear así a la humanidad existente.

Este quinto sol quedará destruído por el movimiento, cuando la estabilidad se rompa, así como las cuatro eras anteriores fueron destruídas por el agua, el aire, el fuego y los tigres.

La Leyenda de los Soles es un mito de origen nahua, recopilado de la tradición oral y consignado, junto con el mito de la Creación del Quinto Sol, en el Códice Chimalpopoca.


Ultima modificación: 30 de Octubre, 1997
Museo del Templo Mayor, Instituto Nacional de Antropología e História, México.
Seminario #8, Centro Histórico, Cuauhtémoc, México, D.F. 06060
©Copyright 1997

martes, agosto 24, 2010

Comentario

Comentario al libro:

“El hombre en el pensamiento religioso náhuatl y maya”

de Mercedes de la Garza

Adolfo Méndez Vides

El estudio comparativo del pensamiento religioso entre los antiguos hombres náhuatl y mayas, se entiende más como el planteamiento de las creencias de los náhuatl, y la búsqueda de creencias similares en los mayas para demostrar la hipótesis que motivó la investigación “nosotros pensamos que los mayas debieron haber tenido ideas semejantes a las de los nahuas” (pág 93). Es lógico pensar que los náhuatl tuvieran creencias semejanzas a las de los mayas en el período posclásico, dada la interrelación, proximidad y orígenes compartidos, pero a medida que el estudio avanza, mientras se demuestran los parecidos y las creencias comunes, también se va perfilando un amplio esquema de “diferencias”, que podría dar lugar a estudios opuestos en intención, capaces de demostrar que a pesar de la proximidad, existía entre ambos pueblos grandes diferencias de pensamiento.

En la primera parte de la investigación, Mercedes de la Garza profundiza en la idea cosmogónica de los dos pueblos vecinos, y encuentra que en ambos casos “el mundo fue creado por los dioses para habitación del hombre, y el hombre fue creado por una necesidad de los dioses no sólo de ser reconocidos y venerados, sino de ser sustentados, o sea, de tener un fundamento para su existencia” (pag 55). La autora compara el mito de los Soles o Edades, que en cierta medida evoca una especie de proceso evolutivo hasta llegar a la edad actual, la de los hombres que comen maíz; y encuentra rastros del mismo modelo en el Popol Vuh, en la medida que narra la creación de los distintos tipos de hombres, como en edades, hasta evolucionar al hombre hecho de maíz. En los dos casos el alimento o sustento es el elemento vital que estimula el desarrollo del hombre hasta llegar a la edad actual, y se preconiza el final de esta era con un cataclismo, anunciándose el futuro repoblamiento del mundo, un nuevo paso en la evolución de acuerdo a los alimentos contemporáneos, digamos, quizá, la comida chatarra.

En dicha cosmogonía se revela que en los cambios de era, mueren tanto los hombres como sus dioses, y la evolución parte de los hombres sobrevivientes, o de su sangre (que se podría comprender como el resultado de la reproducción de la especie). Donde lo más interesante surge en la segunda parte del texto, donde la autora elabora una especie de metafísica del hombre en el mundo, y nos deja entender que si los dioses crearon al hombre para ser reconocidos, entonces dependen del hombre, y si el hombre desapareciera también los dioses se esfumarían, luego toda la visión es antropocéntrica, y el hombre aparece creando a sus dioses, como en un reflejo en el espejo. Los dioses crean al hombre para que los sustente, y los hombres se reproducen para que sus hijos los sustenten a ellos, los reconozcan, los alimenten en la edad tardía. El hombre es el foco de la vida.

El resto de la obra se concentra más en las costumbres náhuatl, sobre la vida y la muerte, manteniendo el paralelismo entre los horizontes de las costumbres en cuanto comparten esencias comunes.

En ciertos momentos, la obra nos hace pensar que se está forzando el predominio casi imperial y dominante de la cultura náhuatl sobre la maya. No se le confiere a cada una su propia identidad, para derivar similitudes y diferencias, sino se plantea la primera y luego se buscan indicios que permitan emparentarlas. Es, desde tal observación, una investigación sesgada de oficio. Aunque, de todas maneras, nos revela un sin fin de creencias y costumbres de los pueblos originarios mesoamericanos, que los unen tanto como los separan.

lunes, agosto 16, 2010

Maíz surgiendo del rey Pakal

Palenque

Señores de Xibalbá

Folio del Chilam Balam

Árbol de Tlalocan

Mural de Tepantitla

Tonacatépetl

Mural Tepantitla

Oxomoco y Cipactónal

Antropofagia con Mictlantecuhtli

Códice magliabechiano

Muerto en Mictlan

Códice Laud

domingo, agosto 01, 2010

Fenomenología de los colores en el plano náhuatl de los cuatro rumbos

Adolfo Méndez Vides
Los antiguos Tlamatinime náhuatl entendieron que la luz es el elemento que permite “darle rostro” a las cosas, aprehensión en sí de “lo que está sobre la tierra” o tlactícpac, según referencia de fray Bernardino de Sahagún en la Historia general de las cosas de Nueva España, citado por Miguel León-Portilla en La filosofía nahuatl. La vida estaba asociada con la luz y por correspondencia de nota con los colores, siendo el rojo intenso como la sangre o representación de vida, signo empleado para indicar el oriente, porque es donde nace el sol, que es fuente de luz que se repite cada mañana. A diferencia de la cultura occidental, donde el opuesto de la vida podría corresponder a la muerte, en la cultura náhuatl el rumbo contrario se simbolizó con el blanco, que no es un color sino la ausencia del mismo. Al Oriente está lo que es, y al Occidente el rastro de su ausencia. El color rojo es vida, y la ausencia de vida se representa sin color. La vida es movimiento, percibido en el bullicio de su intensidad, y la ausencia de movimiento, lo estático, es blanco. Luego, el Occidente fue concebido como la morada o casa del sol, el país de las mujeres, donde desaparece el sol por unas horas para abrigarse, como el hombre que retorna del trabajo en el campo o de la guerra. El Occidente se interpreta como el descanso o abrigo, es la pausa renovadora. El blanco es signo de pasividad, falta de actividad, ausencia. El descanso es blanco mientras la actividad se manifiesta roja (el amarillo queda implícito dentro del rojo, como una de las fases del fuego, o dato visible del sol que se contempla). No existe la oposición entre dichos rumbos, sino se ubican como dos extremos de una misma realidad.
El plano estudiado e interpretado por Eduard Seler sobre los cuatro rumbos, citado en la obra de León-Portilla, podría confundir al analista de Occidente ante las fáciles analogías o similitudes con el plano clásico de lugar, pero analizando el lenguaje del color y el pensamiento cosmogónico de rivalidad en los náhuatl, rivalidad que ocurre entre todos los elementos y los seres vivos, se puede intuir una visión diferente. Quizá el plano de los rumbos fue un recurso primario de lugar, por facilidad de representación y guía metafórica, pero si le añadimos al plano movimiento se sucede otra experiencia, la volumétrica en tres dimensiones. El eje horizontal es la vida pero no la muerte, porque ésta pertenece a la variable vertical, contra la cual está en pugna, como dos fuerzas en tensión permanente, siendo la vertical topan o mictlan (“el más allá, la región de los muertos”). Será por eso que al Norte se ubicó como signo de representación el negro, que no es un color sino la suma mezclada de todos los colores hasta que pierden su identidad, contaminados y convertidos en oscuridad profunda. En dicho rumbo se simboliza la región de los muertos, el frío y el desierto, lugar del pedernal. La significación nos orienta hacia la ausencia de vida, porque no hay calor, no hay movimiento, el frío adormece y encoge a los seres vivientes. Pero la muerte “es” un tránsito a lo desconocido, un acontecer real nunca experimentado por un mortal, y en su lado opuesto, al Sur, se ubica lo incierto, lo que no se conoce o todavía “no es”, representado por el azul del mar a los lejos, donde se une con el firmamento, y se conectan agua y cielo formando la esfera cósmica. El rumbo Sur tiene el signo de un conejo, porque “nadie sabe por donde salta”. La muerte, como un hecho que es, se balancea en el extremo opuesto de la incertidumbre, de lo que aún no es.
Al apreciar los dos ejes rotando sobre el punto central, el “ombligo” del plano, donde se equilibra la tensión y existe la armonía, podríamos decir que reside Ometéotl, el dios de la dualidad, sin posibilidad de opuestos ni contradicciones; tendremos la sensación de estar metidos en una esfera, apreciando el espacio tridimensional común en la experiencia de los mortales normalmente dotados, donde no hay recuadros planos sino sectores volumétricos infinitos que se alejan, en interacción y oposición permanente de fuerzas. En el gajo superior derecho se establece el campo vital de la sobrevivencia, la rivalidad permanente entre la vida y la muerte, porque los elementos se oponen, el viento o el agua apagan el fuego, el fuego quema la materia sobre la tierra, el agua es movida por el viento, el fuego evaporiza el agua… En una lucha constante, así como los seres vivos se comen unos a los otros, el jaguar al conejo, el conejo a la planta, los hombres triunfadores en la batalla a los vencidos, o se los sacrifica al sol.
En el gajo inferior derecho convive la oposición entre la vida y lo incierto, lo que da lugar a una especie de metafísica de los colores, donde las posibilidades son infinitas e impredecibles, según le toque su circunstancia a cada hombre o especie. Nada está trazado. Es allí en dónde radican los colores derivados de la mezcla de los primarios, como el verde, que es mencionado en otras versiones del plano de los rumbos, y que se entiende como la fertilidad, el surgimiento de la vida, o la naturaleza. La primera gran preocupación de los sabios náhuatl sería la sobrevivencia y, la segunda, la incertidumbre ante el devenir, como ausencia de destino predeterminado.
En el Noroeste podríamos abstraer el espacio de la nada, porque de alguna manera se representa la pasividad sin vida, o una especie de limbo habitado por las víctimas de los sacrificios humanos. Y en el gajo del Sudoeste estaría el espacio deparado al sueño, a la imaginación, creación y arte, porque es ensueño y total incertidumbre.
Lo asombroso del análisis fenomenológico de los colores en el plano de los rumbos náhuatl, es que nos expresa la tensión de fuerzas en movimiento infinito, donde los hombres son apenas jugadores en una especie de campo de la pelota. No hay nada escrito, sólo hay lucha y sobrevivencia en un mundo donde gobierna la guerra y lo imprevisible.